Durante mis años universitarios experimenté sentimientos  constantes de culpa por un pecado por el que había pedido perdón muchas veces. No podia entender por qué la carga de dicho pecado nunca se iba.
Años más tarde el Señor me mostró 2 Corintios 7:10, «Porque la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un arrepentimiento.» Me di cuenta que nunca había desarrollado un dolor piadoso por ese pecado. Lo lamentaba porque sabía que no era la voluntad de Dios para mi vida — pero no sentía un verdadero dolor por él. De hecho, había «atesorado» el pecado en mi corazón (Salmos 66:18), conservándolo emocionalmente, aunque tenía que soltarlo físicamente. Había hecho lo correcto, pero todavía sentía lo que estaba mal.
La voluntad de Dios para mí era actuar en obediencia inmediatamente en vez de esperar hasta que sintiera las ganas de hacerlo. Sin embargo, no disfrutaría de una total libertad de la carga del pecado sino hasta que dejara que Dios cambiara también mi corazón. Lloré delante del Señor y dije, «Quiero tener una tristeza conforme a la voluntad de Dios por este pecado para poder quedar libre, ¡pero no lo tengo, Señor! ¿Qué puedo hacer?»
Su tierna respuesta fue, «Ora por ello, hijo.» Comencé a orar pidiendo sentir remordimiento por ese pecado. Al principio vino como una suave lluvia matutina, pero al final me dio como un aguacero.
Puede que digas, «Pero no puedo cambiar lo que siento.» Es por eso que se llama «tristeza conforme a la voluntad de Dios.»
Es una obra de Dios. El cambio en nuestros sentimientos vendrá de un cambio en nuestros corazones. «Dios es mayor que nuestro corazón y sabe todas las cosas» (1 Juan 3:19-20).
Dios está esperando que le pidamos que cambie nuestros corazones y que haga surgir la obra sobrenatural del verdadero arrepentimiento. Él está buscando nuestra disposición a soltar
el pecado, tanto física como emocionalmente. Dios no dejará descansar este asunto hasta que el arrepentimiento se apodere de nuestro corazón. ¿Por qué?
Porque hasta que el corazón cambia, seguiremos corriendo un abrumador riesgo de regresar a las acciones pecaminosas. —BM