Para los corazones heridos de todas las generaciones, nuestra «ciudad de refugio» no es un lugar, sino una Persona: el Dios que nos ama con amor eterno. Que encontremos nuestro refugio y descanso en Él.
Cuando entrábamos en un pueblo de Australia, nos recibió un cartel que decía: «Damos la bienvenida a todos los que buscan refugio y asilo». Esta clase de recibimiento parece evocar el concepto del Antiguo Testamento sobre las ciudades de refugio. Durante aquella dispensación, estas ciudades (Números 35:6) se establecieron para brindar refugio a las personas que, accidentalmente, habían matado a alguien y necesitaban protección. Dios hizo que el pueblo determinara ciudades como estas para que se salvaguardaran.
No obstante, este concepto trasciende su aplicación a la antigua Israel. Más allá de eso, las ciudades de refugio reflejaban el corazón de Dios hacia todas las personas. Él anhela ser el lugar donde nos sintamos seguros en medio de los fracasos, las angustias y las pérdidas de la vida. En el Salmo 59:16-17, leemos: «Pero yo cantaré de tu poder, y alabaré de mañana tu misericordia; porque has sido mi amparo y refugio en el día de mi angustia. Fortaleza mía, a ti cantaré; porque eres, oh Dios, mi refugio, el Dios de mi misericordia».
Para los corazones heridos de todas las generaciones, nuestra «ciudad de refugio» no es un lugar, sino una Persona: el Dios que nos ama con amor eterno. Que encontremos nuestro refugio y descanso en Él.
Se puede hallar refugio en la Roca de los siglos.
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