Por el
Hermano Pablo
La joven, de veintitrés años de edad, se paró
frente a una librería de Minneapolis, Minnesota. Largo rato estuvo contemplando
los libros y revistas exhibidos en las vidrieras. Luego, con gesto de sufrida y
callada resignación, hizo algo insólito.
Se roció la cabeza y el cuerpo con gasolina y se
prendió fuego. Eran las siete de la noche del 10 de julio de 1984. La joven se
llamaba Ruth Christenson, y así como la Ruth de la Biblia, tenía firmes
convicciones morales. De ese modo protestaba contra la literatura pornográfica
que vendía la librería.
He aquí un acto de legítima protesta, que aunque es
discutible en su forma, no lo es en manera alguna en su fondo. Ruth
Christenson, una joven cristiana, estaba indignada por el auge mundial de la
literatura pornográfica, así que quiso hacer algo para detener ese comercio
inicuo. Y no encontró mejor forma que prenderse fuego a sí misma.
La pornografía, que es un negocio mundial que
obedece a oscuros y siniestros intereses, está pervirtiendo a la juventud y
amenazando los hogares. Con el pretexto de que hay libertad de prensa, que
todas las ideas son libres, y que un desnudo femenino es arte y no algo
obsceno, se produce por millares de toneladas una enorme masa de material
indecente.
Son mentes juveniles las que absorben toda esa
enorme masa. La compran libremente en kioskos y librerías, y la absorben
impensadamente, por ese interés morboso que tiene la indecencia.
Estudiosos serios de varios países —psicólogos,
educadores, sociólogos y religiosos— nos dicen continuamente que hay una
relación bastante estrecha entre la literatura y el cine pornográficos y la
delincuencia juvenil, los asaltos a mujeres, las violaciones y los ultrajes. La
pornografía es el disparador que acciona la bomba de las pasiones latentes.
«Con fuego de gasolina puedo contrarrestar
simbólicamente ese fuego de la pornografía que abrasa la mente, la moral y los
sentimientos de la juventud», pensó la joven Ruth.
Hay algo que nosotros, los padres
y las madres conscientes de este vicio, podemos hacer al respecto: podemos
examinar detenidamente todo material de lectura de nuestros hijos. Y podemos
permitir que Cristo sea el Señor y Maestro de nuestra familia y de nuestro
hogar.
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