¡Huya por su vida!

¡Huya por su vida!
C. R. S.

Génesis 39:6-8

La atracción de la sensualidad funciona como un imán, acercando mutuamente a dos fuerzas “súbitas e impetuosas”: el deseo interno y la carnada externa. Seamos honestos: usted no puede escapar de la carnada extrema si vive en el mundo real. En realidad, si de alguna manera se las arregla para aislarse del mundo real, su mente no le dejará escapar de la carnada externa. Pero recuerde que no hay pecado en la carnada. El pecado está en dar la mordida. Si la lujuria de otra persona le tienta para que usted ceda a su propio deseo, tanto así que su resistencia se debilita, usted habrá sido cautivado. Habrá cedido al encanto de la tentación. El secreto de la victoria está ejemplificado a la perfección por José. Él se negó a flaquear. Siguió resistiendo.
La esposa de Potifar dejaba caer la carnada día tras día. Y todas las veces José se negaba a tomarla; “no, no, no”, respondía. Pero no sólo no le hacía caso, sino que tampoco quería estar cerca de ella. Porque no era prudente estar en su compañía.
José la había rechazado una y otra vez, negándose a ceder a sus requerimientos amorosos, finalmente, la mujer le puso una trampa.
José había entrado a la casa para hacer sus tareas del día. Notó que todo estaba en silencio. No había criados cerca. Ella estaba sola con José en la casa, y de nuevo hizo sus insinuaciones. Sólo que esta vez no iba a aceptar un no como respuesta. De modo que fue más allá de la propuesta verbal y se aferró a José físicamente. Lo apretó tanto a su cuerpo que cuando él trató de zafarse de ella para salir corriendo a la calle, le dejó el manto en sus manos.
¡Qué imagen tan clara y práctica sobre la verdad a partir de la vida de José! ¡Qué consejo bíblico tan grande! Siempre que el Nuevo Testamento habla del tema de la sensualidad nos da un mandamiento: ¡CORRA! No nos dice que nos pongamos a razonar con ella. No nos dice que nos pongamos a pensar en ella y a citar versículos bíblicos. ¡Nos dice que ¡HUYAMOS! Yo he descubierto que uno no puede ceder a la sensualidad si está huyendo de ella. ¿Entonces? ¡Huya por su vida! ¡Salga de allí! Porque si trata de razonar con la lujuria o perder el tiempo con los deseos sensuales, finalmente cederá. Usted no podrá vencerlos. Es por eso que el Espíritu de Dios ordena enérgicamente: “¡Huye!”.
El pecado está en dar la mordida.

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