El señor Altruista
El señor
Altruista vivió una vida muy productiva; Tenía el honor de sus hijos y de su
esposa, la estima. Dondequiera que iba dejaba a su paso buenas obras; Le
encantaba ver a la gente feliz y sus necesidades cubrir. El señor Altruista
sonreía cuando ellos sonreían; Andar con ellos la milla extra le alegraba el
día. En la ciudad lo respetaban y lo conocían; Todos se fijaban en él por su
encanto y su filantropía. Al señor Altruista le gustaba servir sopa a los
pobres; Y dirigir proyectos motivados por la compasión. Si sabía que alguien
sufría rápidamente le llamaba; Y además lo que necesitara le llevaba.
El señor
Altruista trataba de vivir abnegadamente; Hay que «amar al prójimo», pensaba
constantemente. De todo lo que ganaba el 10% daba; Como pocos que han vivido se
sacrificaba. El señor Altruista se trazó muchas metas que lograr; Una por una
las fue tachando y se añadió algunas más. Muchas de esas metas eran el
bienestar de los demás; Con libertad amaba a extraños a quienes llamaba
hermanos. El señor Altruista tenía amigos muy cercanos; Le encantaba estar con
ellos, compartir gozos y lamentos. En cada tarjeta que escribía o en cada
llamada que hacía, levantaba el ánimo de sus amigos con su simpatía. El señor
Altruista vivió una vida muy productiva; Pero un día cerró los ojos y dijo
adiós a su esposa querida. Y cuando su corazón dejó de latir; Un buen hombre
aquí dejó de existir; Para irse al infierno, separado de Dios a vivir.
—TF
REFLEXIÓN
■ ¿Qué personas conozco que son «buena
gente» pero que pueden estar de camino al infierno?
■ ¿Cómo veo las buenas obras en mi propia
vida? ¿Las hago por mí o por Dios? ¿Por qué?
■ Si las buenas obras no salvan a la
gente, ¿qué las salva? (Efesios 2:8-10).
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