CAPÍTULO III
"He Ahí tu Hijo...He
Ahí tu Madre"
"Nadie tiene mayor amor que este, que
uno ponga su vida por sus amigos" (Jn. 15:13). Nuestro Señor Jesús dijo
eso, y al haber estado considerando las palabras que El pronunció desde la
cruz, nos hemos dado cuenta de cuan grande es Su amor. No solamente murió por
Sus amigos, que también murió por Sus enemigos. "Siendo [nosotros] aún
pecadores, Cristo murió por nosotros" (Ro. 5:8).
"Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la
hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y, María Magdalena. Cuando vio
Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a
su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y
desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa" (Jn. 19:25-27).
Ese discípulo, por supuesto, era Juan. El fue quien
escribió el Evangelio que leva su nombre, y dio testimonio de estas cosas.
Si usted y yo hubiéramos estado en Jerusalén aquella tarde
de la pascua, cuando Jesús fue crucificado, me pregunto cuan cerca de la cruz
hubiéramos estado. Una cosa es cantar: "Tenme cerca de tu cruz,
Señor," y otra muy distinta estar realmente cerca de la cruz. Los cuatro
soldados romanos estaban allí, pero lo estaban porque ese era su deber. Las
cuatro mujeres estaban allí, junto con el apóstol Juan, pero no porque tal era
su deber. Estaban allí debido a su devoción; amaban al Señor Jesús. María, Su madre, estaba allí; María Magdalena estaba allí; Salomé (la hermana de Su madre) estaba allí;
María, la mujer de Cleofas, estaba allí;
y Juan estaba allí.
Usamos la frase "cerca de la cruz" muy a menudo.
Se ha convertido en una de las frases de cajón evangélicas. Hemos orado:
"Señor, mantenme cerca de tu cruz," y hemos cantado que queremos
estar cerca de la cruz. ¿Qué significa realmente estar cerca de la cruz de
Cristo?
Obviamente, no estamos hablando acerca de geografía
literal. La cruz ya no existe, y usted y yo no podemos ir a las afueras de la
muralla de Jerusalén y ubicarnos cerca de la cruz. Estamos hablando de una posición
espiritual; estamos hablando de una relación especial a Jesucristo.
Esta tercera palabra desde la cruz nos ayuda a entender lo
que significa estar cerca de la cruz. Tal vez lo mejor que podemos hacer es
sencillamente hablar con las personas que se encontraban allí.
Entrevistemos a María Magdalena, Salomé, las dos Marías y a
Juan, y veamos lo que realmente significa estar cerca de la cruz de Cristo.
¿Qué significó la cruz para cada una de estas personas?
1.
Un Lugar de Redención
Empecemos con María
Magdalena. Es mencionada como última en la lista de Juan 19:25, pero
yo quiero empezar con ella. Si usted se hubiera acercado a María Magdalena
aquella tarde, y le hubiera preguntado: "María Magdalena: Tú te hallas
cerca de la cruz. ¿Qué significa eso para ti?" pienso que ella le hubiera
respondido: "La cruz para mi es un lugar de redención."
María Magdalena había sido libertada por el Señor
Jesucristo. Es desafortunado que algunos que estudian la Biblia , y algunos predicadores también, hayan
confundido a la mujer de Lucas 7 con María Magdalena. Lucas 7:36-50 registra un
evento en el cual nuestro Señor estaba cenando en casa de un fariseo. Una
mujer se le acercó; era una mujer de detestable
reputación. Ella rindió adoración al Señor Jesús, y le ungió con un perfume
muy costoso. Mucha gente ha identificado
a esta mujer con María Magdalena; pero esto no es verdad. No sabemos el
nombre de aquella mujer.
María Magdalena es
mencionada en Lucas 8:2 como una mujer de la cual Jesús había arrojado siete
demonios. Lo mismo se registra en Marcos 16:9. María Magdalena no
solamente estuvo al pie de la cruz, sino que también temprano en la mañana de
la resurrección fue a la tumba de Cristo. María Magdalena había estado cautiva
de Satanás. Personalmente no puedo concebir lo quesería estar poseído por un
demonio; mucho menos lo que es estar dominado por siete. No sabemos lo que
hacían que ella hiciera; pero ella estaba en terrible y horrible esclavitud.
Ahora, antes de que hagamos un juicio sobre ella, recordemos que Efesios 2:1-3
señala claramente que cada persona que no es salva camina "conforme al
príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de
desobediencia." Las fuerzas
demoníacas obran todavía en las vidas de los incrédulos hoy en día, y estas
fuerzas demoníacas quisieran igualmente dominar las mentes y perturbar los
corazones del pueblo de Dios. Satanás estaba obrando en la vida de María
Magdalena, y entonces Jesús la libertó de aquellos poderes demoníacos. Siempre
que pienso en liberación, pienso en Hechos 26:18. Dios le dijo estas palabras a
Pablo, para indicarle lo que sería su ministerio del evangelio: "Para
que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la
potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de
pecados y herencia entre los santificados." Cuando usted confía en
el Señor Jesucristo, estos cambios maravillosos tienen lugar en su vida. Usted
sale de las tinieblas a la luz; de la oscuridad mental, de las tinieblas
morales y de la noche espiritual a la maravillosa luz del evangelio de
Jesucristo. Usted pasa del poder de Satanás al poder de Dios. Dios empieza a
controlar y a usar su vida. Usted pasa de la culpa al perdón, y de la pobreza a
la riqueza como heredero de Dios por medio de la fe en Cristo. Esto es lo que
Jesús hizo por María Magdalena.
Este milagro de redención es una cosa costosa. Cuando Jesús
libertó a María Magdalena del poder del Maligno, le costó algo a El. Estando al
pie de la cruz, María vio el precio que fue pagado.
Jesús tuvo que morir para que nosotros podamos ser
redimidos. Para que yo pudiera pasar de las tinieblas a la luz, El tuvo que
pasar de la luz a las tinieblas. Para que yo pudiera ser libertado de Satanás y
pudiera venir a Dios, El tuvo que ser abandonado por Dios. Para que yo pudiera
ser libertado de la culpa y perdonado, Jesús tuvo que ser hecho pecado por mí.
Para hacerme rico a mí, El tuvo que convertirse en el más pobre de los pobres.
No sorprende que María haya estado allí al pie de la cruz. No sorprende que
ella haya estado allí cuando Jesús fue sepultado. No sorprende que ella estuvo
en la tumba temprano en la mañana de la resurrección. María Magdalena había experimentado la redención. Al estar cerca de
la cruz, María decía: "La cruz para mí es un lugar de redención."
¿Es la cruz lugar de redención para usted? ¿Puede usted
decir: "He confiado en Jesucristo, y El me ha hecho pasar de las tinieblas
a la luz, del poder de Satanás al poder de Dios, de la culpa del pecado al
perdón, de la pobreza a una herencia por medio de la fe en El"? Si esto no
es verdad en su vida, entonces a usted le falta todo aquello por lo cual Jesús
murió para dárselo. Pídale que le salve, y entonces usted puede tomar su lugar
al pie de la cruz, un lugar de redención.
2.
Un Lugar de Reprensión
La segunda persona con la cual quisiera
hablar es Salomé. Salomé era una persona interesante. Era la
madre de Santiago y Juan, la hermana de María, y la mujer de Zebedeo. La
recordamos como la mujer que vino con sus dos hijos pidiendo tronos para ellos.
El relato de tal incidente se encuentra en Mateo 20:20-28. Salomé, Santiago y
Juan se acercaron a Jesús y le dijeron: "Queremos pedirte algo."
Jesús les preguntó: "¿Qué queréis?" (v. 21). Ellos le habían oído decir
que los apóstoles iban a juzgar a las doce tribus de Israel, y que se iban a
sentar en tronos; y querían asegurarse de tener buenos lugares. Así que dijeron
a Jesús: "Quisiéramos tener nuestros tronos, uno a tu derecha y el otro a
tu izquierda." Jesús les dijo: "¿Podéis beber del vaso que yo he de
beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?" (v.
22). Con mucho desenfado contestaron: "¡Claro que podemos!" Jesús les
dijo: "Así será; en verdad, así será." Por supuesto, Santiago fue el
primero de los apóstoles en dar su vida en el martirio. Juan fue el último de
los apóstoles en morir, y atravesó gran persecución y sufrimiento antes de ser
llamado al hogar celestial.
"Salomé, queremos preguntarte: ¿Qué clase de lugar es
la cruz? Tú te encuentras cerca de la cruz. ¿Qué significa eso para ti?"
Pienso que ella hubiera contestado: "La
cruz para mí es un lugar de reprensión. Aquí me siento recibiendo una
fuerte reprimenda, porque fui muy egoísta. Quería que mis dos hijos tuvieran
los lugares de honor; quería que estuvieran a la derecha y a la izquierda del
Señor Jesús. Ahora estoy aquí viéndole, no en un trono, sino en una cruz; y me
siento avergonzada de mí mismo."
En verdad, debía estar avergonzada de sí misma-tanto como
deberíamos estarlo nosotros cuando oramos egoístamente. Su plegaria fue una
oración egoísta; "Quiero algo para mis hijos. No importa lo que cueste.
¡Eso es lo que quiero!" Su oración
brotaba del orgullo, no de la humildad.
¿Merecían tronos esos dos hombres? Los tronos no son
repartidos al descuido; uno tiene que ganárselos. Salomé había olvidado el
costo de la verdadera recompensa. No hay
corona sin cruz; no se puede llevar la corona sin haber bebido el vaso. Incluso
nuestro Señor Jesucristo mismo no retornó a Su trono sino por medio de la cruz.
La cruz fue para Salomé un lugar de reprensión. Cuánto necesitamos
nosotros cantar: Cuando contemplo la portentosa cruz Sobre la cual de gloria el
Príncipe murió, Mi ganancia más valiosa como pérdida se ve, y mi mal fundado
orgullo se reduce a nada.
¡Que no ocurra, oh Dios, que me gloríe, Sino en la muerte
de Cristo, mi Señor! Todas las cosas vanas que me seducen tanto Ante Su sangre,
en humildad, las sacrifico.
Algunas veces las cosas más egoístas que hacemos son el
resultado de una oración equivocada.
Ningún cristiano crece más allá que su vida de oración.
Salomé no trajo sus oraciones a la cruz. Como consecuencia, sus oraciones eran
egoístas, terrenales, de orgullo e ignorancia. No se dio cuenta del precio que
iba a tener que pagar.
Dios contesta la oración, pero debemos asegurarnos de que
podemos pagar el precio. Santiago de hecho pagó el precio-murió como un mártir.
Juan de hecho pagó el precio-tuvo que sufrir y fue
perseguido. Salomé miró a la cruz como un lugar de reprensión; y yo confieso
también que muchas veces, al contemplar la cruz, he sido reprendido; por cuanto
mis oraciones han sido egoístas por entero, mi oración ha sido de orgullo. Dios
me ha mirado, y me ha dicho: "¿Estás dispuesto a beber el vaso?"
"¡Oh, no! Señor. Lo que quiero es una respuesta a mi oración."
"Pero, tienes que beber el vaso. ¿Estás dispuesto a ser bautizado con el
bautismo del sufrimiento?" "No,
Dios. Simplemente lo que quiero es la bendición, no el sufrimiento."
Salomé nos dice, a cada uno de nosotros: "La cruz es un lugar de
reprensión." Dios se complace en honrar a Sus siervos y a Su pueblo. Un
día iremos a disfrutar de Su gloria eterna. Pero, antes de la gloria, tiene que
haber sufrimiento. "El Dios de toda gracia, que nos llamó a su
gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él
mismo os perfeccione" (1 P. 5:10).
María Magdalena nos dice
que la cruz es un lugar de redención. ¿Ha sido usted
redimido? Salomé nos dice que la cruz es un lugar de reprensión. Tal vez al estar
nosotros cerca de la cruz Dios reprenda nuestro egoísmo, nuestro orgullo y
nuestro deseo de gloria sin sufrimiento.
3.
Un Lugar de Recompensa
Ahora miremos a María y a Juan-María, la
madre de nuestro Señor Jesús, y Juan, el discípulo al cual Jesús amaba. Si usted hubiera estado
al lado de María, en el Calvario, y le hubiera preguntado: "¿Qué significa
estar cerca de la cruz?" pienso que ella hubiera replicado: "La cruz,
para mí, es un lugar de recompensa." Es interesante notar que encontramos
a María al principio del Evangelio de Juan, y al final del mismo. La
encontramos en Juan 2 y en Juan 19, pero los dos incidentes están en contraste.
En Juan 2 María está en una boda y participando de la alegría de la fiesta. En
Juan 19 está participando de la tristeza de un funeral. En Juan 2 el Señor
Jesús dio una demostración de Su poder, y tornó el agua en vino. En Juan 19
nuestro Señor Jesús moría en agonía y vergüenza. Pudo haber ejercido Su poder y
haberse librado a Sí mismo; pero, de haberlo hecho, no hubiera acabado la obra
de la salvación. No vino para salvarse a Sí mismo, sino para salvarnos a nosotros.
En Juan 2 encontramos a María hablando, pero en Juan 19
ella guarda silencio. Su silencio es interesante; de hecho, es muy importante.
En Juan 2 es de esperarse que ella diga algo. El vino se había acabado, y eso
era una tragedia social en los días de Jesús. En alguna parte leí que una
persona podía ser multada por invitar gente a una fiesta y no tener suficiente
vino. María se acercó a Jesús y le dijo: "No tienen vino" (v. 3).
Jesús suplió esa necesidad de acuerdo a Su corazón de gracia y amor.
Pero en Juan 19 María guarda silencio. Pienso que si alguna
persona pudiera haber rescatado de la cruz a Jesús era Su madre, María. Todo lo
que hubiera tenido que hacer era acercarse a los soldados romanos y decirles:
"Yo soy su madre; yo le comprendo mejor que nadie. Lo que él dice no es
verdad; por consiguiente, déjenlo en libertad." Si María hubiera
presentado esta clase de testimonio podría haber rescatado al Señor Jesús. Pero
guardó silencio. ¿Sabe usted por qué guardó silencio? Porque ella no podía
mentir. Allí, junto a la cruz, su
silencio fue un testimonio de que Jesucristo era el Hijo de Dios. Si
alguien conoce a un hijo, ciertamente es su madre. Si Jesucristo no hubiera
sido lo que reclamaba ser, María hubiera podido salvarlo. Pero permaneció en
silencio, y ese silencio es un elocuente testimonio de que el Jesucristo que
adoramos es Dios-Dios el Hijo venido en carne humana.
La cruz era un lugar de
recompensa para María. ¿En qué sentido? En el sentido de que el
Señor Jesucristo no la ignoró, sino que la recompensó al dejarla con el
discípulo amado, y viceversa. María debe
ser reconocida con honor, pero no debe ser adorada. En el Evangelio de
Lucas se nos dice que María mismo dijo: "Mi espíritu se regocija en Dios
mi Salvador" (Lc. 1:47). María fue salva por la fe, igual que cualquier
otro pecador. El ángel no le dijo: "Bendita tú sobre las mujeres." Lo
que le dijo fue: "Bendita tú entre las mujeres" (v. 28). Reconocemos que María fue bendita, porque
sufrió para traer al mundo al Salvador.
Simeón le había dicho: "Una espada traspasará tu misma alma" (Lc. 2:35). En la
cruz ella experimentaba el clímax de ese sufrimiento. Cuando se descubrió que estaba encinta, empezó para ella el
sufrimiento, la vergüenza y el reproche. Fue mal entendida. La gente murmuraba
de ella. Se casó con José, un carpintero, y vivía en pobreza. Dio a luz
al Señor Jesús en un establo.
Tuvieron que huir de Belén para escapar de la espada, y sin
embargo algunos niños inocentes murieron a causa de su nene. Me preguntó cómo se sentiría María en cuanto
a eso. Se gozó porque su hijo fue librado, pero debe haber sentido la espada en
su propia alma al enterarse de que otros niños inocentes habían muerto.
Cuando nuestro Señor Jesús fue un adolescente, le había
dicho: "¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario
estar?" (v. 49). Eso marcó el inicio de una experiencia de
separación, una separación creciente. En ocasiones María realmente no
le entendía. ¡La espada atravesaba su propia alma! María, al pie de la cruz,
sufría. Sufría porque El moría. Sufría por la forma en que moría-en una cruz,
contado con los transgresores. Sufría por el lugar en donde moría-en público, a
la vista de toda suerte de gentes. Era tan cosmopolita la muchedumbre, que
Pilato hizo escribir en tres idiomas la declaración para la cruz. ¡Nuestro
Señor no fue crucificado en un callejón escondido! ¡Fue crucificado a vista de
todos, en público, en vergüenza! Y María estaba allí, sintiendo la espada que
atravesaba su alma.
Pero Jesús la vio, y le dio seguridad de su cariño. Siempre
lo hace así. Tal vez usted esté atravesando un calvario. Tal vez usted está
sufriendo intensamente por algo que ha ocurrido. Quiero que sepa que el Señor
Jesús siempre nos da seguridad de Su amor. A María le dijo: "Mujer [un
título de respeto], he ahí tu hijo" (Jn. 19:26). ¿Se refería a Sí mismo?
Pienso que no. Pienso que se refería a Juan. Luego dijo a Juan: "He ahí tu
madre" (v. 27). ¿Qué es lo que estaba haciendo? Estaba estableciendo una
nueva relación. A María le estaba diciendo: "Voy de regreso al cielo. Por esto tú y yo debemos tener una relación
enteramente nueva.
Pero, para dar paz a tu corazón, para restañar la herida
causada por la espada que te ha atravesado, te entrego a Juan." Le aseguró
Su amor al tomar a Su discípulo amado y hacerlo hijo de María. El Señor Jesús
sintió el dolor de ella. Conocía la
soledad que la afligía, y la recompensó dándole al discípulo que tanto había
amado.
Leí en alguna parte que el testamento más largo que se
conoce consta de cuatro enormes volúmenes. Tiene 95.940 palabras. El testamento
más corto del que se tiene noticia está en Inglaterra, y contiene solamente
tres palabras: "Todo para mamá." Jesús no tenía posesiones terrenales
para dejar.
Los soldados ya se habían jugado sus vestiduras. ¿Qué
podría dejarle a María? Le dio a Juan. "Desde aquella hora el discípulo la
recibió en su casa" (v. 27).
Para María la cruz era un lugar de recompensa. Al final,
Dios recompensa a los que han sufrido.
4.
Un Lugar de
Responsabilidad
Ahora debemos hablar con
Juan. "Juan, ¿Qué significa para ti estar al pie de la cruz?" Pienso
que Juan hubiera contestado: "Este es un lugar de responsabilidad."
Nuestro Señor Jesús
reinaba desde la cruz. Estaba en control. Daba órdenes. Daba direcciones a Sus
seguidores y seres queridos. Restauró a Juan. Juan le había abandonado y
había salido huyendo. Todos los discípulos habían hecho lo mismo. El Pastor había sido herido, y las ovejas
esparcidas. Pero Juan regresó hasta la cruz. ¡Fue restaurado y perdonado!
Usted y yo podemos habernos descarriado, podemos haber desobedecido o aun haber
negado al Señor; pero podemos retornar. Juan regresó hasta la cruz. No era el
lugar más seguro para colocarse, ni el más fácil de ocupar. He estado junto a
algunos moribundos, pero nunca en una situación ni remotamente parecida. Regresar requirió valentía y amor de parte
de Juan. El Señor Jesús lo restauró, y fue Juan mismo el que luego escribiría:
"Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1 Jn. 1:9).
Jesús no solo que
restauró a Juan, sino que también le honró. Le dijo: "Juan, tú vas a tomar
mi lugar. Ya no estaré más en esta tierra para velar por mi madre humana,
María; de modo que tú vas a tomar mi lugar. Vas a llevarla contigo, y tú vas a
ser para ella un hijo." Lo interesante es que todos nosotros estamos
tomando Su lugar. Después de Su resurrección, dijo: "Como me envió el
Padre, así también yo os envío" (Jn. 20:21). Usted y yo representamos a
Cristo delante de otros. Juan debía amar a María, por cuanto debía ocupar el
lugar de nuestro Señor en la vida de ella. Usted y yo tenemos que amar a otros
en la manera en que el Señor Jesús nos ha amado. Juan fue el discípulo al cual
amaba Jesús.
Es interesante notar, en los capítulos finales de su
Evangelio, cómo Juan mostró su amor por el Señor Jesús.
En Juan 13:23 leemos que Juan "estaba recostado al
lado de Jesús." El amor siempre es
algo del corazón. En Juan 19:26 leemos que Juan estaba al pie de la cruz. Una cosa es recostarse en el pecho de Jesús
privadamente, en el aposento alto, y algo totalmente distinto ponerse
públicamente al pie de la cruz. Pero el amor siempre ocupa su lugar y sufre.
Juan 20:4 nos dice que Juan corrió al sepulcro. Más adelante reconoció a Jesús
y dijo: "¡Es el Señor!" (21:7). El
amor siempre reconoce al ser amado. Luego, el amor le hizo seguirle. Jesús dijo:
"Sígueme," y Juan le siguió. Finalmente, el amor da testimonio. Juan dijo que él
daba "testimonio de estas cosas" (v. 24), porque las había visto y
sabía que eran ciertas.
La cruz es un lugar de responsabilidad. Si usted y yo nos
hemos acercado a la cruz, tenemos una grande responsabilidad-la responsabilidad
de amar al Señor Jesús, y luego vivir por El y amar a otros. La vida cristiana no es una vida fácil, pero
es una vida maravillosa. Estoy convencido que la vida cristiana es
una vida mucho más fácil que la vida de pecado. "Junto a la
cruz"-ese es el lugar donde El nos quiere. Es un lugar de redención. Si
usted nunca ha confiado en el Señor Jesús, usted puede ser redimido.
Sencillamente venga a la cruz por fe y confíe en El. "Junto a la
cruz" es un lugar de reproche.
Todo nuestro orgullo y egoísmo se desvanece cuando nos
ponemos al pie de la cruz y vemos al Señor Jesús sufriendo por nosotros.
"Junto a la cruz" es un lugar de recompensa. "Mujer, he ahí tu hijo. . . He ahí tu
madre" (Jn. 19:26,27). Es un
lugar de responsabilidad. Cuando nos acercamos a la cruz, por medio de
la fe en Cristo Jesús, no podemos escaparnos, no podemos
escondernos.
Debemos ocupar nuestro lugar e identificarnos con El en
comunión con Sus sufrimientos. Entonces podemos ir y hacerla obra que El nos ha
llamado para que hagamos.
Cualquier cosa que sea lo que Dios le ha llamado a hacer,
amigo mío, hágala. Si se acerca a la cruz descubrirá que es un lugar realmente
maravilloso.
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