CAPÍTULO V
"Tengo Sed"
Al escuchar al Señor Jesucristo hablando desde el Calvario,
ciertamente no queda duda de que nos ama. Este amor es revelado de una manera
especial en Su quinta expresión desde la cruz. "Después de esto, sabiendo
Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese:
Tengo sed. Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon
en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca.
Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado
la cabeza, entregó el espíritu" (Jn. 19:28-30).
Nuestro Señor fue crucificado a las nueve de la mañana, y
durante las primeras tres horas que estuvo en la cruz había luz. Luego hubo obscuridad
por otras tres horas. Entonces Jesús exclamó: "Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has desamparado?" (Mt. 27:46). Las
tres últimas expresiones desde la cruz se enfocan en Sí mismo. Las primeras tres declaraciones se centran
en otros: sus enemigos, el ladrón, y Juan y María. Pero en las últimas tres
frases nuestro Señor se enfoca a Sí mismo: Su cuerpo-"Tengo sed" (Jn.
19:28); Su alma-Consumado es" (v. 30; Is. 53:10); Su espíritu-"Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc. 23:46). Cuerpo, alma y espíritu-todo fue ofrecido por el Señor
Jesucristo, en perfecta obediencia a Su Padre.
La más corta de las expresiones que Jesús pronunció desde
la cruz se encuentra en Juan 19:28: "Tengo sed." En el original
griego es una sola palabra, de solamente cuatro letras. Es la única expresión
en la cual nuestro Señor se refirió a Su cuerpo y a Su sufrimiento físico. Esta
sencilla palabra nos revela el corazón del Señor Jesús, y vemos así Su amor en
una manera más profunda.
Dicho de otra manera, cuando escucho al Señor Jesús decir:
"Tengo sed," veo tres cuadros de Cristo. Veo el sufriente Hijo del Hombre, el obediente siervo de Dios y el
amante Salvador de los pecadores.
1.
El Sufriente Hijo del
Hombre
Veamos el primer cuadro,
el sufriente Hijo del Hombre. Jesús fue verdadero hombre; que nunca se
niegue Su humanidad. Algunos teólogos liberales tratan de negar la deidad de
Cristo, pero en la iglesia primitiva la deidad de Cristo nunca fue cuestionada.
Hubo quienes cuestionaron Su humanidad, y quienes dijeron que no fue realmente
hombre. Dijeron que simplemente parecía
ser hombre. Esta fue una de las razones por las cuales fue escrita la Primera Carta de
Juan; para reafirmar una vez más el hecho de que Jesucristo era realmente
hombre y realmente Dios.
Jesús nació como un
nenito. Creció como todo niño y jovencito. Comió y bebió. Se cansó. Tenía que
dormir. Sintió dolor. Lloró. Y murió. Todas estas experiencias son propias del
ser humano. Son experiencias humanas, y no tienen nada de pecaminosas
en sí mismas. Nuestro Señor Jesús fue "santo, inocente, sin mancha"
(Heb. 7:26); fue el hombre perfecto. Jamás se halló en el pecado de alguna
clase, por cuanto fue sin pecado. Sin embargo, participó de las debilidades no
pecaminosas de la naturaleza humana.
Cuando nuestro Señor Jesús estuvo en la cruz, sintió la
hondura del sufrimiento; tanto del sufrimiento físico como del sufrimiento
espiritual.
Cuando llegaron al Calvario le fue ofrecido el mismo
narcótico que a los dos ladrones. Aparentemente ellos lo tomaron; El no lo
bebió. Rehusó beber el vino mezclado con mirra por cuanto no quería que Sus
sentidos estuvieran embotados en ninguna manera. Cuando nuestro Señor
Jesucristo murió en la cruz, estaba en perfecto control de Sus facultades; no
procuró escaparse del dolor en ninguna manera.
En tiempos del Antiguo Testamento, el sumo sacerdote debía
abstenerse de toda bebida alcohólica cuando tenía que ministrar en el
tabernáculo o en el templo. Cuando nuestro Señor Jesucristo se ofreció a Sí
mismo en sacrificio por el pecado, no quiso ser identificado en ninguna manera
con licor alguno.
Estuvo en pleno control de Sí mismo. Era el sufriente Hijo
del Hombre. ¿Sabe lo que esto significa para nosotros hoy en día? Significa que
Jesucristo puede comprendernos plenamente, puede identificarse con nuestro
dolor, con nuestra necesidad y nuestro sufrimiento. No estoy sugiriendo que sea
incorrecto usar anestesia para la cirugía. Después de todo, cuando Dios realizó
la primera operación quirúrgica en Adán, lo puso a dormir. Lo que digo, sin
embargo, es que nuestro Señor Jesucristo, para llegar a ser nuestro
misericordioso Sumo Sacerdote, soportó todo el sufrimiento y pagó el precio
completo. Por lo tanto, podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia
(véase Heb. 4:16).
Podemos venir a Aquel que comprende exactamente cuánto
estamos sufriendo, exactamente cómo nos sentimos.
Conoce las cargas que llevamos a cuestas, y el dolor que
estamos soportando. Dondequiera que voy encuentro gente sufriendo. Hay
sufrimiento físico, hay sufrimiento emocional, hay cargas y batallas
espirituales. Mi Señor, el sufriente Hijo del Hombre que exclamó: "Tengo
sed," se ha identificado con cada una de nuestras necesidades. Eso me estimula
a orar. Eso me estimula a perseverar, me estimula a no darme por vencido; por
cuanto en cualquier momento puedo acercarme al trono de la gracia, y encontrar
auxilio y socorro en tiempo de necesidad. El
primer cuadro que veo en las palabras "Tengo sed," es el del
sufriente Hijo del Hombre.
2.
El Obediente Siervo de
Dios
El
segundo cuadro es el del obediente siervo de Dios. ¿Por
qué Jesús dijo: "Tengo sed"? (Jn. 19:28). Lo dijo
para que la Escritura
se cumpliese. Obedeció por completo la Palabra de Dios. De hecho, cada cosa que
nuestro Señor hizo fue en obediencia a la Palabra de Dios. Nuestro Señor
cumplió la Palabra que se halla en el Salmo 69:21: "Me pusieron además
hiél por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre." Nuestro Señor
Jesús estaba obedeciendo la Palabra de Dios.
No causa sorpresa que el Señor haya tenido sed. La
crucifixión era una forma terrible de muerte. Mientras la persona cuelga de la
cruz todos los fluidos del cuerpo físico se escurren lentamente.
El Salmo 69 nos refiere esto cuando describe los
sufrimientos: "El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado.
Esperé quién se compadeciese de mí, y no lo hubo" (v. 20). "Mi
garganta se ha enronquecido; han desfallecido mis ojos esperando a mi
Dios" (v. 3). Al leer el Salmo 69 usted puede descubrir un retrato de
nuestro Salvador sufriente, el obediente siervo de Dios.
Jesús dijo: "Mi comida es que haga la voluntad del que
me envió, y que acabe su obra" (Jn. 4:34); Cuando oigo al Señor Jesús
decir: "Tengo sed," me recuerdo que debo ser obediente a la Palabra
dé Dios. Estoy seguro que usted habrá notado cuántas veces leemos, en el
Evangelio de Mateo, las palabras: "Para que se cumpliese lo dicho por el
profeta." ¿Por qué nació en Belén? Fue una profecía cumplida. ¿Por qué
fueron a vivir en Nazaret? Porque era profecía cumpliéndose. ¿Por qué hizo lo
que hizo? Estaba obedeciendo la Palabra de Dios.
"Obediente hasta la muerte, y muerte de cruz"
(Fil. 2:8). Jesús fue el obediente siervo de Dios. La cosa más importante en la
vida del creyente es conocer la voluntad de Dios, y hacerla. "De
corazón haciendo la voluntad de Dios," dice Efesios 6:6.
3.
El Amante Salvador de
los Pecadores
Hemos visto dos cuadros
del Señor Jesús en la frase que estamos considerando: él sufriente Hijo del
Hombre, y el obediente siervo de Dios. Ahora notemos el tercer cuadro-el amante
Salvador de los pecadores.
Jesús estaba con sed, por cierto, debido a la agonía física
que experimentaba. Pero recordemos que el Señor acababa de atravesar aquéllas
tres horas de obscuridad, cuando el sol había cubierto su cara. Jesucristo, en
este tiempo de tinieblas, había exclamado: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has desamparado?" (Mt. 27:46). Cuando el Señor Jesús fue hecho pecado,
cuando completó la gran transacción por nuestra salvación, sufrió todo el
infierno por nosotros. El infierno es un lugar de sed. En Lucas 16, nuestro
Señor nos cuenta acerca de un hombre que murió y se despertó en un lugar de
juicio. En ese lugar de juicio estaba sediento. La gente que se halla en aquel
lugar de juicio exclama: "Tengo sed." Cuando mi Señor murió por mí y
fue hecho pecado por mí, tuvo sed.
El infierno es un lugar de sed eterna, donde la gente sufrirá
eternamente de sed y no podrá satisfacerla. Sentirán sed de realidad y de
satisfacción, pero su sed nunca será apagada.
Nótese que hubieron varias copas en el Calvario. Hubo la copa de la caridad-le ofrecieron
vino mezclado con mirra; un soporífero para amortiguar el dolor, pero El lo
rechazó (véase Mr. 15:23).
Hubo la copa del
escarnio y la mofa-los soldados le ofrecieron vino agrio (véase Lc. 23:26). Hubo
la copa de la simpatía-alguien empapó una esponja en vinagre y la acercó a Sus
labios resecos (véase Jn. 19:29). Pero la copa más grande de todas fue la copa
de la iniquidad. En el jardín había dicho: "La copa que el Padre me ha
dado, ¿no la he de beber?" (18:11).
¿Ha seguido, alguna vez, el curso de la palabra
"agua" en el Evangelio de Juan? En Juan 2, nuestro Señor tornó el
agua en vino. El vino se acabó, así como todo en este mundo se acaba en algún
momento. El mundo no puede proveer lo que usted necesita. Solo Jesús puede
hacerlo. En Juan 4, Jesús le dijo a la mujer, junto al pozo: "Si bebes de
esta agua, volverás a tener sed; mas si tomas del agua que yo te daré, nunca
más tendrás sed" (véase vs. 13,14). El pecado jamás apagará sed; lo que
hace es más intensa la necesidad, pero la satisfacción más insuficiente. En
Juan 7, en la fiesta de los tabernáculos, nuestro Señor exclamó: "Si
alguno tiene sed, venga a mí y beba" (v. 37).
Se refería a aquella roca del Antiguo Testamento, que fue
abierta para que las aguas pudieran fluir (véase Ex. 17:6). En la cruz El fue
herido para que nosotros pudiéramos tener el agua de vida.
No hay sed en el cielo. Apocalipsis 7:16 dice: "Ya no
tendrán hambre ni sed." De hecho, Apocalipsis 22:17 (la última invitación
en la Biblia )
invita a todo "el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de
la vida gratuitamente." La pregunta hoy en día no es: "¿Tiene usted
sed?" por cuanto toda la humanidad está sedienta. Tiene sed de realidad,
tiene sed de Dios, tiene sed de perdón. La pregunta real es: "¿Por cuánto
tiempo más va usted a quedarse sediento?" Cuando usted confíe en Jesús
como Su Salvador, nunca más tendrá sed.
Me hallaba en un restaurante cenando junto con un predicador
amigo mío. Como ocurre a menudo en esos lugares, la mesera se acercó a nuestra
mesa y preguntó: "¿Desean algo para beber?" Mi amigo, con suavidad,
le contestó: "Linda, hace más de veinte años bebí algo, y desde entonces
jamás he vuelto a tener sed." Entonces procedió a hablarle acerca del
Señor Jesús, quien satisface toda sed.
El Señor Jesucristo tuvo sed en la cruz para que nosotros
nunca más tuviéramos sed. El es el sufriente Hijo del Hombre, es el obediente
siervo de Dios, y es el amante Salvador de los pecadores.
Cuando usted pone su fe en El
y confía en El, El le satisface, y usted nunca más tendrá sed.
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